Él era un ser tosco, desaliñado, de aspecto poco cuidado y ropa antigua. Sus modales eran los de un bruto. Disfrutaba asustando a los niños, pero algo sorprendente ocurría. Era como si tuviese un imán. Cuando lograba espantar a algún grupo chiquillos que huían con risa nerviosa estos mismos volvían casi al instante duplicados en número.
La princesa le observaba con sus claros ojos sin que él se percatase. Sentada en el banco del piano le miraba por un ventanuco del castillo. Se reía risueña casi cada vez que le veía hacer alguna de sus bobadas.
Cuando ella tocaba alguna melodía él se escondía entre los arbustos del jardín. Escuchaba pensando que ella no sabía que estaba allí, y ella tocaba para él. Él bailaba y jugaba con la música. Sus movimientos al son de la melodía eran torpes e incluso desacompasados, pero siempre, siempre que la escuchaba tocar, danzaba y ella jamás tocaba cuando sabía que él no la podía escuchar.
La princesa le observaba con sus claros ojos sin que él se percatase. Sentada en el banco del piano le miraba por un ventanuco del castillo. Se reía risueña casi cada vez que le veía hacer alguna de sus bobadas.
Cuando ella tocaba alguna melodía él se escondía entre los arbustos del jardín. Escuchaba pensando que ella no sabía que estaba allí, y ella tocaba para él. Él bailaba y jugaba con la música. Sus movimientos al son de la melodía eran torpes e incluso desacompasados, pero siempre, siempre que la escuchaba tocar, danzaba y ella jamás tocaba cuando sabía que él no la podía escuchar.